Escuchando noticias me he preguntado últimamente dónde diablos será que meten a tanto delincuente que a diario agarran en nuestro país. Sin embargo, antes que hablar de esta "eficacia policiva" quisiera plantear una preocupación mas de fondo que es la que, a mi jucio, puede explicar el fenómeno del hacinamiento en las cárceles, fenómeno que, en una tierra donde los centros penitenciarios son abundantes, resulta un signo evidente del deterioro de nuestra sociedad.
Un rasgo común tanto de los discursos del oficialismo de Estado como de los lamentos de las señoras que acaban de ser víctimas de un robo es el de defender una concepción individualizada y moralizante del mal. Las dicotomías amigo/enemigo, personas de bien/terroristas, buenos/malos reflejan una comprensión conforme a la cual quienes cometen un delito son la encarnación de la maldad, responden a motivaciones perversas y han optado deliberadamente por la opción de hacer parte de los malos pudiendo haber entrado en el círculo de los buenos, los cuales, por supuesto, siempre "somos más".
Dado que muchas veces las opiniones cotidianas están permeadas de hondas raíces filosóficas, o más bien, que la filosofía no es sino el intento de aclarar aquello que ya circula en la experiencia cotidiana, intentaré remitir esta "sabiduría popular" hoy tan difundida, a una concepción filosófica sobre el sujeto moral y con ello sobre la maldad. Posteriormente trataré de oponerla a otra cuya influencia en el diseño de nuestras instituciones y en la mentalidad de nuestros gobernantes es mucho menor, por no decir casi nula.
La primera de ellas puede desprenderse del cristianismo y se consuma en su versión secular con Kant. Habla de un sujeto responsable, de autonomía de la voluntad, de libre albedrío. Considera que el ser humano siempre puede elegir entre hacer el bien o el mal sobreponiéndose incluso a sus intereses, sus impulsos y todas las presiones mundanas. La voluntad es libre, por consiguiente el individuo es completamente responsable de su conducta.
La primera de ellas puede desprenderse del cristianismo y se consuma en su versión secular con Kant. Habla de un sujeto responsable, de autonomía de la voluntad, de libre albedrío. Considera que el ser humano siempre puede elegir entre hacer el bien o el mal sobreponiéndose incluso a sus intereses, sus impulsos y todas las presiones mundanas. La voluntad es libre, por consiguiente el individuo es completamente responsable de su conducta.
Frente a esta posición reaccionó ferozmente Nietzsche, quien defendió un determinismo radical y la plena irresponsabilidad del indidividuo por sus acciones. La voluntad humana está sujeta irremediablemnete a la causalidad y por lo tanto no puede atribuírsele ningún tipo de responsabilidad o culpa a quien obra de determinada manera. Son las circunstancias y no una decisión individual las que explican la "maldad".
Estas posiciones pueden relacionarse con dos perspectivas tradicionales y menos elaboradas de comprender y combatir el mal que circulan en el diario vivir de nuestra sociedad. La primera podríamos denominarla como Kantismo-mojigato y su ejemplo más dramático lo encontramos en la justificación que las "señoras de bien" dan ante el asesintato de algún delincuente: "eso si, él se lo buscó", "es que no era ningún santo".
La otra podría bautizarse como nietzscheanismo-alcahueta y coincide con la justificación de ciertos actos reprochables por el hecho de que quien los realiza ha nacido y vivido en circunstancias adversas, como por ejemplo cuando se disculpa a un ladrón por el hecho de ser pobre, o cuando un delincuente se defiende alegando que no tuvo otras oportunidades.
La otra podría bautizarse como nietzscheanismo-alcahueta y coincide con la justificación de ciertos actos reprochables por el hecho de que quien los realiza ha nacido y vivido en circunstancias adversas, como por ejemplo cuando se disculpa a un ladrón por el hecho de ser pobre, o cuando un delincuente se defiende alegando que no tuvo otras oportunidades.
Pensar los problemas sociales desde cualquiera de estos dos extremos es tremendamente perjudicial. El uno porque es incapaz de reconocer que la abundancia de delincuentes, antes que reflejar la existencia de muchas personas que han optado perversamente por el camino del mal, da cuenta de que algo anda mal en la sociedad misma. El otro porque destruye todo sentido de la responsabilidad y termina aceptando que el respeto de los principios que posibilitan la convivencia pueden violarse de acuerdo a las circunstancias.
Hoy en día en Colombia, sin embargo, impera una sola de estas visiones. El apoyo popular al tratamiento exclusivamente bélico del conflicto armado o iniciativas con amplio respaldo ciudadano como la de imponer la cadena perpetua para los violadores de niños, lo que demuestran es que la gente quiere descargar ciegamente su ira contra los síntomas del mal sin pensar por un momento que quizás sería mejor atacar sus causas para erradicarlo definitivamente. Tal vez sea necesario entonces forzar un poco el pensamiento hacia el otro extremo para evitar que nos llenemos de muertos o terminemos encarcelando a media población sin haber podido eliminar aquellos determinantes del contexto social de nuestro país que a diario hacen brotar por miles las semillas de la maldad futura.
*Investigador del CEID y (ahora sí) Economista de la Universidad Nacional.