Por: Carlos Alberto Suescún Barón*
Es común entre familia, amigos o con cualquier persona en el bus o en un café, escucharles decir en repetidas ocasiones sobre las desilusiones con las políticas llevadas a cabo por los gobernantes. Las frases se resumen en: "no debí haber votado por él (ella)", "al principio todo fue bueno, pero después...", "en la próxima oportunidad no pierdo mi tiempo...", "Todos ofrecen un monton de mentiras, nunca cumplen", etc. La democracia para los filósofos de la antiguedad, contrario a lo que muchos pensarían, no era del todo considerada como la mejor forma de organización de la sociedad. Platon por ejemplo (en su obra La República), consideraba que la democrácia, aún siendo "la más bella" de las cuatro formas políticas que define de sus experiencias (Oligarquía, Timocracia, Democracia y Tiranía), no resulta ser en la práctica la más eficiente por las múltiples contradicciones que se entremezclan entre libertades individuales y obediencia. Luego de la Revolución Francesa, éste concepto parece no ser objeto de crítica fundamental, parece haberse materializado en un hito "moderno" de la reivindicación de las masas en pro de un concepto que en términos Kantianos puede ser concebido como un Imperativo Categórico: Los Derechos del Ciudadano.
A partir de esta revolución, las sociedades bajo los principios del liberalismo (Económico y Político) parece haber adherido a tal concepción moral de la Democracia, como la norma, que por autonomasia debería estructurar todo lo relacionado con el individuo y la sociedad que lo define. Así, evaluar las bondades de la democracia a la luz del liberalismo del siglo XVIII, a diferencia de los filósofos antiguos (Platón y Aristóteles) quienes lo harían sobre cuestiones prácticas como la suficiencia económica, la defensa militar y el disfrute de la sociedad, implica discutir sobre el cumplimiento real y potencial de los derechos (una figura ambivalente para discutir de las mismas angustias de los antiguos).
Después de ocho años consecutivos de un gobierno, el pueblo, la masa de personas que constituyen la sociedad colombiana entre tantas frases de desilución, y también de tranquilidad, hoy día de elecciones, de compromiso democrático; debería antes de marcar la "x", cuestionarse sobre lo liberal (moderna) de nuestra sociedad, sobre las bondades (legitimidad y "calidad") de nuestras instituciones democráticas, sobre las conquistas de nuestra nación a casi doscientos años de independencia. Por supuesto, no todo es desilusión, pues también hay frases de tranquilidad en las decisiones, ya que en el "juego de la democracia", como en cualquier juego, hay ganadores y perdedores. Ahora bien, con detalles como los siguientes ¿puede haber ganado la sociedad colombiana?:
Que es Colombia hoy comparado con diez años (no de ocho años, para que no recaiga en un gobierno o en una persona el ejercicio de análisis) atrás:
1. Hoy 45,5% de la población total vive por debajo de la línea de pobreza, mientras que 16,4 de la población vive en la miseria; diez años atrás la cifra no era menos preocupante, ya que cerca del 60% de la población era considerada pobre bajo éste mismo indicador (línea de pobreza), en gran medida como secuela de la profunda crisis de 1999 (DNP, DANE).
2. Hoy la tasa de desempleo, según mediciones del DANE a marzo de 2010, llega al 13%; para el año 2000 el porcentaje de la Población Económicamente Activa que no conseguía trabajo se estimaba en cerca de 22%.
3. Hoy el coeficiente de Ginni, índice que mide la concentración de la riqueza es cerca del 0,59, llevándose Colombia el primer lugar (aunque en el podio ha estado desde tiempo trás) como el país con mayores niveles de desigualdad de Latinoamérica; diez años atrás llegaba a 0,566.
4. Hoy, al igual qeu diez años atrás, la mayoría de la población sigue igual de vulnerable en sus derechos a la salud, a una pensión mínima, a la educación, etc. Situación que reproduce de manera viciosa 1., 2., 3., y cuantas más problemáticas que nos aquejan.
Y peor aún, hoy después de doscientos años (con excepción de períodos muy cortos) de independencia y 500 años de descubrimiento, la sangre de los habitantes de éste territorio, de éste espacio del planeta, se sigue regando como los hacen las promesas en los medios y en la calle; aquí pareciera que aún no llega ni la modernidad, ni el liberalismo, y a veces pareciera que ni la civilidad manifiesta su asomo. A pesar de esto, hoy madrugué, me desplace al lugar asignado para ejercer "mi compromiso con la democracia" (que en gran medida no me garantiza un compromiso con la sociedad con la que me identifico y a la que pertenezco) y voté. Todo porque aún creo que las esperanzas no deben morir, la preocupación, esa angustia por mejorar, por atisbar cambios en pro de ese ejercicio de la libertad individual con autonomía, y de la distensión social, no debe desaparecer en el sentimiento (ni en la racionalidad) de la población colombiana, pero para ello la historia, y la evaluación del cumplimiento de las premisas de carácter práctico de la democracia (nuestros derechos), deben ser nuestro referente.
*Economista e Invetigador asociado al Colectivo de Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo (CEID) de la Universidad Nacional de Colombia