Eder Carrascal*
Debo iniciar este post con una confesión. Paul Krugman es uno de mis autores favoritos, en casi cualquier tema económico. Me parece acertado en sus comentarios acerca de la recesión actual, así como en las crisis económicas pretéritas, y en algunas de sus formulaciones de política para intentar suavizar o inmunizar los efectos recesivos. Soy consciente, por supuesto, que el nombre Krugman en la escena intelectual y política tiene una resonancia superior a la de muchos economistas, vivos o muertos, pues para muchos representa la quintaesencia de lo que un profesional en el campo económico debería realizar. Por supuesto, la heterodoxia no ha hecho muchos esfuerzos por considerarlo uno de los suyos: siempre será un hijo de los axiomas neoclásicos, un post-keynesiano transformado que se rehúsa a aceptar muchos de sus postulados, y un acérrimo crítico de la estructura marxista.
Pero no se trata de la opinión que tenga sobre este premio Nobel, opinión personal y algo sesgada. Se trata de un artículo, que ha adquirido mucha relevancia desde su publicación, ¿
How did economists it so wrong?, escrito un poco después del plan de salvamento de la administración Obama. Muchas de sus consideraciones sobre el estado actual de la economía como ciencia y como disciplina académica merecen una revisión más detallada, y tratándose de un artículo de opinión, no puede esperarse que la crítica se base en una profundidad retórica desde la posición que Krugman ataca, como lo hicieron en su momento John Cochrane y Larry Summers.
Krugman dice en resumidas cuentas que la economía, y por ende los economistas, han perdido el tiempo durante 30 años o más. El surgimiento de nuevas corrientes en la macroeconomía, como los análisis de la Teoría del Ciclo Real, la Nueva Macroeconomía Clásica, la Macroeconomía Financiera Clásica, entre muchas otras, se ha visto como un avance en el régimen discursivo de la economía, en especial de la macroeconomía. Recordemos que el talante neoclásico casi que impone que se preserve la dicotomía entre lo micro y lo macro, estas teorías quieren ser novedosas (no revolucionarias) al insertar el análisis microeconómico de vanguardia con los desarrollos recientes en los campos de la teoría del ciclo económico y los mercados financieros. Hasta aquí, todo bien, si estuviésemos convencidos que el equilibrio, el pleno empleo y la prosperidad perenne son cosas que pueden realizarse sin mayores problemas.
Pero las crisis existen, quiéranlo o no John Cochrane o Robert Lucas; y de hecho, afirmar que éstas surgen porque así lo exigen los agentes (racionales y llenos de información hasta reventar) parece ser un contrasentido con la realidad. Pocas personas se alegran de que la situación económica vaya mal (obviamente que no todos pierden en las recesiones, véase Goldman-Sachs, o los banqueros en general, la familia Kennedy que se hizo millonaria comprando empresas quebradas a precio de huevo en la recesión de los años 30, etc.) o de perder su trabajo. Pero si eres uno de los agentes típicos de estos modelos, deberías contentarte con que se produzcan cambios de largo plazo no predecibles en la función tecnológica, pues eso es bueno para la economía, y para ti también debería serlo. Si pierdes el trabajo es porque deseas sustituir en el corto plazo la utilidad que te causa recibir un ingreso laboral para disfrutar de un ocio casi que ilimitado y plenamente disfrutable. Si no consigues trabajo, de pronto estás buscando mal, o de pronto no quieres en verdad trabajar. Obviando las ecuaciones en diferencias que expresan esto, me parece casi que ofensiva a veces la manera en que muchas teorías económicas modelan el comportamiento de las personas.
El disgusto hacia Keynes es evidente en la nueva macroeconomía clásica. Lo que importaba, o sigue importando a estos teóricos, es el largo plazo. El ciclo económico es una fluctuación natural y determinada por ciertas fuerzas económicas endógenas (algo con lo que no puedo evitar estar de acuerdo) y por tanto, cuando se presentan caídas súbitas en la producción agregada, en indicadores lideres como el nivel de desempleo o la inversión en capitales fijos, el economista debería recomendar esperar y ver. Si surge la crisis, las medidas contra-cíclicas pueden ser contrarias a las intenciones de política. De esto se concluye que las ideas de Keynes sobre las crisis no podrían estar más equivocadas. Si uno piensa que es normal un alza imprevista en el desempleo, si se piensa que la falta de inversión en exceso de ahorro es algo ‘que permitiría un mejoramiento gradual en la dinámica positiva de la estructura tecnológica’ (
un parafraseo burdo de Prescott), entonces, ¿por qué preocuparse por intervenir con políticas económicas innecesarias? ¿Para qué meterle el palo a la rueda?
El debate que plantea Krugman ha causado un revuelo en la comunidad académica americana, y por ende, en la comunidad internacional.
Cochrane, uno de los líderes de la investigación en la macroeconomía financiera, dice ser atacado personalmente y presenta una petición por desacato. La Fundación de Milton Friedman estima inconveniente la citación que hace el autor (Krugman piensa que ya ni la Escuela de Chicago sigue los postulados monetaristas que uno de sus más renombrados fundadores recomendó en recesiones previas: se lanza en ristre contra todo conocimiento económico anterior.)
Larry Summers (ex director del FMI, hoy principal asesor de Obama) dice desconocer aquello que plantea Krugman de manera tan jovial pero a la vez algo oprobiosa. Los post-keynesianos lo aplauden. Y luego Stiglitz se adhirió a la idea de rescatar a Keynes del olvido y el desprecio.
De todo esto me queda una sensación de preocupación. Si las críticas de Krugman son ciertas, o al menos, no son tan reprobables como piensan los directamente afectados, entonces la economía (decir ciencia económica se presta ahora a un debate triste y complicado) ha perdido el rumbo. Desde siempre se supo que los mercados eran cualquier cosa, menos perfectos, flexibles y estables. ¿Por qué tal paradigma se aceptó como un axioma valedero para cualquier circunstancia? ¿Cuando dejamos de separar el supuesto con la realidad económica? La sofisticación matemática nubló la visión de muchos problemas económicos, concretos y reales, pero esto no parece ser algo de que preocuparse, según muchos.
El problema es que es muy difícil abstraernos de una teoría que ha dominado el pensamiento económico contemporáneo. Cualquier crítica contra la economía neoclásica reciente (aunque pienso que el término neoclásico no es más sino un anacronismo) queda excluida por una retórica analítica que no considera el punto de crítica de teorías alternativas, su esquema de respuesta es, casi siempre: el modelo no quería decir esto, sino aquello. Cualquier compañero de estudios podría refutar lo dicho por Krugman, partiendo de un marco analítico que excluye, por naturaleza propia, la disensión teórica. Por eso oigo decir que la economía neoclásica no es a la final tan mala, y hay que apreciarla desde otra perspectiva, y valorar los aspectos optimistas y útiles. Quisiera que los problemas económicos de las sociedades pudiesen apreciarse con esta paciencia y comodidad, y que las teorías sean intentos desinteresados, elucubraciones algo ingenuas en la solución de problemas secundarios. Pero la economía no es usada ingenuamente, y lo económico es casi una cuestión fundamental en las sociedades modernas.
¿Qué hay que decir con respecto al desarrollo económico? Pensémoslo, si los fundamentos teóricos de la ciencia económica se resbalan de sus cimientos, pero se mantienen casi que de manera inexplicable, deberíamos esperar unos resultados posteriores igual de deficientes. Y también deberíamos esperar que las teorías sobre el desarrollo estén ahí, inalteradas, inmunes a las criticas, por la fuerza del dogmatismo. Si alguien dentro del centro intelectual de la economía, procedente de una corriente teórica fascinada por el reduccionismo y la pulcritud del análisis, creo que es porque algo de gran magnitud ocurre en el interior mismo de la ortodoxia ( de nuevo, un anacronismo, a mi parecer), y que pone en entredicho la frágil seguridad que brindaba ser parte de una forma de ver el mundo como el mejor de los mundos posible. Imaginemos ahora, desde la periferia, desde una realidad aún mas alejada de ese, el mejor de los mundos, que se cuestione de una manera tan directa la labor de la ciencia económica desde hace tanto tiempo.
Sin animo de sonar como un radical, pues no me considero así, pienso que la labor que tenemos como integrantes de una comunidad academica como la económica es realizar un cuestionamiento al debate y estado actual de la ciencia economica. El rechazo de plano a las teorias no es útil ni necesario, pues creo, algo ingenuamente, que es posible hacer la critica desde adentro. Esto se ha realizado anteriormente, por supuesto, pero no con la intención de cuestionar propiamente, sino de construir en base a fundamentos que están mal cimentados. Habrá que buscar otras perspectivas y desligarse de muchas lógicas que resultan ser sofismas bien elaborados. Pienso que será el reto más grande que tendremos de aquí en adelante, si queremos en verdad ser propositvos ante una realidad cada vez más compleja y ajena a lo que explican las teorías que nuestros profesores alabaron.
* Estudiante de Economía, miembro del CEID